
La destitución de Bashar al Asad, líder de Siria desde el año 2000, marca un punto crucial en la historia contemporánea del país. Este colapso político no ocurrió de manera súbita, sino que fue el desenlace de un conjunto de factores internos y externos que se combinaron para debilitar su poder tras más de una década de conflicto armado.
Factores internos: Descontento social y crisis económica
La guerra civil siria, que comenzó en 2011, agotó los recursos del régimen y generó un profundo descontento entre la población. A esto se sumaron las políticas represivas de Al Asad, acusadas de violaciones masivas a los derechos humanos, que deterioraron su apoyo incluso entre antiguos aliados. La devastadora crisis económica, exacerbada por sanciones internacionales, contribuyó a una creciente presión desde las bases sociales.
Factores externos: Pérdida de aliados clave
En el plano internacional, la guerra en Ucrania debilitó la capacidad de Rusia, principal aliado de Al Asad, para respaldar militarmente a su régimen. Por su parte, Irán, otro apoyo clave, enfrentó problemas internos que limitaron su intervención. El aislamiento diplomático y las sanciones lideradas por Estados Unidos y Europa también dejaron a Siria en una posición de vulnerabilidad extrema.
El colapso final: La toma de Damasco
El golpe definitivo llegó con una ofensiva coordinada por grupos rebeldes, quienes aprovecharon el debilitamiento del régimen y lograron tomar Damasco, la capital siria. Ante esta situación, Bashar al Asad huyó a Moscú, donde se le otorgó asilo, marcando el fin de su gobierno.
¿Qué sigue para Siria?
El futuro de Siria es incierto. La caída de Al Asad ha dejado un vacío de poder que podría derivar en nuevos conflictos entre grupos rebeldes o el resurgimiento de extremistas. Sin embargo, la comunidad internacional, liderada por la ONU, trabaja en una transición política que permita reconstruir el país y estabilizar la región.



Debe estar conectado para enviar un comentario.